Antonio Méndez Rubio / Me(nes)ter de poesía (Sobre Des en canto, de Mario Martín Gijón)







Ni juglaría ni clerecía: poesía. Ni oficio ni beneficio. Mester o menester: ejercicio, tarea, pero también necesidad, falta: es menester… hace falta poesía. Es la poesía la que hace (la) falta: se pone manos a la obra para abrir paso. Menester, a su vez, del latín ministerium: servicio, dedicación… más que nunca la poesía es poesía cuando trabaja para otros, para los demás, cuando asume su condición de escasez, su pobreza constitutiva de raíz (como la raíz léxica de minis- procede del prefijo minus, menos). Quizá cueste entonces reconocerla como Poesía, identificarla como Literatura, pero es el precio que se paga (es justamente lo que cuesta) por anteponer la alteridad a la identidad, por excavar en la tierra que antecede a toda fijación. De ahí lo escrito como pre-fijo, como ante-posición o antídoto contra cualquier clausura, o cerrazón, o armadura.

Una escritura menor, como apuntaran Deleuze y Guattari, es ante todo un procedimiento de desterritorialización, una vocación en minoría dentro de un territorio dominado por la tiranía de la mayoría, de la cantidad, del volumen. Y la segunda característica de una literatura menor sería, en fin, que al entrar conscientemente en una relación de fuerzas, de poder, en una escritura así todo es político: “su espacio reducido hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política”, tal como Deleuze y Guattari lo plantean. Lo individual se cruza así necesariamente con lo común. Y esto en virtud de que el foco se desplaza precisamente desde la expresión del individuo (como emisor) a la exploración del mensaje (como mensaje). Es decir, que se trata del paso (im)propiamente dicho de la función expresiva a la función poética, de la misma forma que el recorrido inverso vuelve lo poético un fenómeno tan masivo como inofensivo, tan narcisista como ornamental.

Mario Martín Gijón vuelca así (en) el poema (hacia) el cielo abierto de los significantes inseguros, del sentido como hemorragia de un lenguaje herido por la crisis común, epocal, ambiental. De ahí de entrada la apertura al tú, a una otredad ningun(ead)a por decisión de los discursos públicos. Tú-otro, tú-sin-mí, tú-cuerpo-ema: “(a)palabras / lo cerrado”… Tú negado, convocado desde la negación de una negación, pues “en ti / no soy yo”. Una afirmación, o (lo que) sea que busca lo firme, que a-firma sin recurrir a un Yo confesándose o exhibiéndose, un pulso al aire que afirma sin rúbrica, sin firma. El poema se afianza dándose, como una ofrenda siempre subordinada a la mano tendida de la lectura, pendiente en todo momento de condiciones improbables de realización. Mejor entonces, más operativo que el modo indicativo se ofrece entonces el modo sub-juntivo: no da, no das, no doy… sino que des… que des con el poema, que des en canto. Des- como prefijo de la negación, de acuerdo, pero esa negación que funda nada menos que el deseo.

Dicho en otras palabras, el me(ne)ster poético se concibe aquí como un acto de amor. Martín Gijón concibe la práctica poética como un acto de entrega, de lucha por un novum expectante, desconcertante a la vez. Cada verso implica (más de) una re-a-signación en el sentido de un nuevo intento por significar o donar un campo indeterminado de mundos posibles. Como en este pasaje dialéctico: “el vuel(c)o de l(o/a)s [a]m(a/en)ntes / la ida y vuelta / a empezar”… Es como si cada palabra, cada sintagma, quedara supeditado a la necesidad de un vínculo o juntura imposible, a una urgencia sub-juntiva, deseante, a la escucha. Es así como, a decir de Jean-Luc Nancy, “escribir no es otra cosa que hacer resonar el sentido más allá de la significación”. Escritura y lectura quedan unidas por un pasadizo acústico, vibratorio, que se podría considerar musical en tanto música precaria, en tanto ruido, por qué no, menester sonoro también improbable o imposible por la acción crítica de las pausas y las ce(n)suras –la voz ministril se usaba de hecho para llamar a músicos y juglares en la Baja Edad Media.

Paradójicamente, al volcarse en un/lo otro la sub-jetividad se libera (de la obligación) de(l) sí en la medida en que se extraña o se des-entraña. Como así hace la forma del poema: el Poema-Yo, tal como la oficialidad moderna entiende el gesto lírico, se ve relevado por el poema (en) entre-dicho, que se entre(n/g)a en el espacio sin fronteras de la carencia, de una pobreza que no alardea de tema ni consigna, que no se superpone: el ego, para empezar, entra en un entre el ruego y el juego, en un balbuceo que ya es menos lenguaje (como sistema de signos) que huella de lalengua o laleo. Cada poema se activa como método de análisis, de aprendizaje, de orientación entre tú y yo, entre esto y lo otro, entre aquí y allí, de manera que el enlace dialógico aparezca de súbito como regalo, como dándo-nos (a nosotros un nosotros): “in-ti-mi-dad-nos”… No hay forma si no transforma. Habría entonces no forma sino fórmula, como suele ocurrir. ¿Qué es la forma sino una cuestión pragmática, política? ¿No se trata de una tentativa (a tientas) tras otra, de una táctica sin-táctica?

La tan menospreciada forma no se apacigua en Des en canto, no tranquiliza, no se conforma. Más bien prolifera como una célula (de/re)constructiva, compositiva, que hace del montaje una clave de desestabilización a la hora de dar cuenta de un mundo inestable, fisurado por su propio desastre. El canto se des-estructura por la fuerza de lo real, así como por la presión cada vez más insufrible de la ley. Cada pieza entra en relación con la amenaza de su límite, de su desaparición, de lo que queda algún mundo como mundo mediado por cada palabra, frase o mirada, atravesadas a su vez por la inminencia de una imposibilidad que las socava (al tiempo que las relanza a un vacío tan menesteroso como magnético). El mundo se sostiene apenas en los ojos que lo des-dicen, con esa fragilidad que une las canciones violentas de Depeche Mode con los giros mudos de Paul Celan, pasando por la ullanura de tierra húmeda, fértil, donde solamente crecen árboles no previstos.

Poesía en concreto. Quehacer insuficiente, improductivo salvo para la producción de desasosiego. Donación sin otra cosa que correspondencias, sin plazos. Martín Gijón da cuenta de eso: hay cuenta, en fin, pero no hay forma de saber el precio. Hace falta el valor, aunque no hay otra cosa. No hay desencanto que valga.














dedicálogo

que des amparo
a la sombra de ti
que des precio
(de/a) lo que tienes
que des pecho
(de/a) lo adverso

que des gracias
a quien te hizo sufrir
que des cartas
a quien sepa ju(z)gar

que des dicha
a quien guardó silencio
que des nudos
para seguir atados
que des en tu mecer
el cuerpo sobre un abismo

que des en más cara
vida que esta
que des en canto
de lo perdido





           
decá[e]logo

que des gana
de lo prohibido

que des crédito
(de/a)l inocente
                      [r]rado
de sus errores

que des ánimo
(de/para) seguir en pie
                                    dra
convertido
                 en vano

que des alma do
                          quiera
el cuerpo

que des a catar
tu piel en fe (b/c)recida

que des prendas
de ti lo adherido[s]
¿para qué juego?

que des trozos
de lo que eras:
carnaz[c]a
                lo que será

que des en freno
de lo[s] sentido[s]
pues que es criba
la memoria

que des cifras
[de/a] lo impensable
que cae y corta

que des en canto
[de] lo que no fue
                             dich(o/a)





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