Ni juglaría ni clerecía: poesía. Ni oficio ni beneficio. Mester o
menester: ejercicio, tarea, pero también necesidad, falta: es menester… hace falta poesía. Es la poesía la que hace (la)
falta: se pone manos a la obra para abrir paso. Menester, a su vez, del latín ministerium: servicio, dedicación… más
que nunca la poesía es poesía cuando trabaja para otros, para los demás, cuando
asume su condición de escasez, su pobreza constitutiva de raíz (como la raíz
léxica de minis- procede del prefijo minus, menos). Quizá cueste entonces
reconocerla como Poesía, identificarla como Literatura, pero es el precio que
se paga (es justamente lo que cuesta) por anteponer la alteridad a la
identidad, por excavar en la tierra que antecede a toda fijación. De ahí lo
escrito como pre-fijo, como ante-posición o antídoto contra cualquier clausura,
o cerrazón, o armadura.
Una escritura menor, como apuntaran Deleuze y
Guattari, es ante todo un procedimiento de desterritorialización, una vocación
en minoría dentro de un territorio dominado por la tiranía de la mayoría, de la
cantidad, del volumen. Y la segunda característica de una literatura menor sería, en fin, que al entrar conscientemente en
una relación de fuerzas, de poder, en una escritura así todo es político: “su
espacio reducido hace que cada problema individual se conecte de inmediato con
la política”, tal como Deleuze y Guattari lo plantean. Lo individual se cruza
así necesariamente con lo común. Y
esto en virtud de que el foco se desplaza precisamente desde la expresión del
individuo (como emisor) a la exploración del mensaje (como mensaje). Es decir,
que se trata del paso (im)propiamente dicho de la función expresiva a la función
poética, de la misma forma que el recorrido inverso vuelve lo poético un
fenómeno tan masivo como inofensivo, tan narcisista como ornamental.
Mario Martín Gijón vuelca así (en) el poema
(hacia) el cielo abierto de los significantes inseguros, del sentido como
hemorragia de un lenguaje herido por la crisis común, epocal, ambiental. De ahí
de entrada la apertura al tú, a una otredad ningun(ead)a por decisión de los
discursos públicos. Tú-otro, tú-sin-mí, tú-cuerpo-ema: “(a)palabras / lo cerrado”… Tú negado, convocado
desde la negación de una negación, pues “en ti / no soy yo”. Una afirmación, o
(lo que) sea que busca lo firme, que a-firma sin recurrir a un Yo confesándose
o exhibiéndose, un pulso al aire que afirma sin rúbrica, sin firma. El poema se
afianza dándose, como una ofrenda siempre subordinada a la mano tendida de la
lectura, pendiente en todo momento de condiciones improbables de realización.
Mejor entonces, más operativo que el modo indicativo se ofrece entonces el modo
sub-juntivo: no da, no das, no doy… sino que des… que
des con el poema, que des en canto. Des-
como prefijo de la negación, de acuerdo, pero esa negación que funda nada menos
que el deseo.
Dicho en otras palabras, el me(ne)ster
poético se concibe aquí como un acto de amor. Martín Gijón concibe la práctica
poética como un acto de entrega, de lucha por un novum expectante, desconcertante a la vez. Cada verso implica (más
de) una re-a-signación en el sentido
de un nuevo intento por significar o donar un campo indeterminado de mundos
posibles. Como en este pasaje dialéctico: “el vuel(c)o de l(o/a)s
[a]m(a/en)ntes / la ida y vuelta / a empezar”… Es como si cada palabra, cada
sintagma, quedara supeditado a la necesidad de un vínculo o juntura imposible,
a una urgencia sub-juntiva, deseante, a la escucha. Es así como, a decir de
Jean-Luc Nancy, “escribir no es otra
cosa que hacer resonar el sentido más allá de la significación”. Escritura y
lectura quedan unidas por un pasadizo acústico, vibratorio, que se podría
considerar musical en tanto música precaria, en tanto ruido, por qué no,
menester sonoro también improbable o imposible por la acción crítica de las
pausas y las ce(n)suras –la voz ministril
se usaba de hecho para llamar a músicos y juglares en la Baja Edad Media.
Paradójicamente, al volcarse en un/lo otro la
sub-jetividad se libera (de la obligación) de(l) sí en la medida en que se
extraña o se des-entraña. Como así hace la forma del poema: el Poema-Yo, tal
como la oficialidad moderna entiende el gesto lírico, se ve relevado por el poema
(en) entre-dicho, que se entre(n/g)a en el espacio sin fronteras de la
carencia, de una pobreza que no alardea de tema ni consigna, que no se
superpone: el ego, para empezar,
entra en un entre el ruego y el
juego, en un balbuceo que ya es menos lenguaje
(como sistema de signos) que huella de lalengua
o laleo. Cada poema se activa como método de análisis, de aprendizaje, de
orientación entre tú y yo, entre esto y lo otro, entre aquí y allí, de manera
que el enlace dialógico aparezca de súbito como regalo, como dándo-nos (a
nosotros un nosotros): “in-ti-mi-dad-nos”… No hay forma si no transforma.
Habría entonces no forma sino fórmula, como suele ocurrir. ¿Qué es la forma
sino una cuestión pragmática, política? ¿No se trata de una tentativa (a
tientas) tras otra, de una táctica sin-táctica?
La tan menospreciada forma no se apacigua en Des
en canto, no tranquiliza, no se conforma. Más bien prolifera como una
célula (de/re)constructiva, compositiva, que hace del montaje una clave de
desestabilización a la hora de dar cuenta de un mundo inestable, fisurado por
su propio desastre. El canto se des-estructura por la fuerza de lo real, así
como por la presión cada vez más insufrible de la ley. Cada pieza entra en
relación con la amenaza de su límite, de su desaparición, de lo que queda algún
mundo como mundo mediado por cada palabra, frase o mirada, atravesadas a su vez
por la inminencia de una imposibilidad que las socava (al tiempo que las
relanza a un vacío tan menesteroso como magnético). El mundo se sostiene apenas
en los ojos que lo des-dicen, con esa fragilidad que une las canciones
violentas de Depeche Mode con los giros mudos de Paul Celan, pasando por la ullanura de tierra húmeda, fértil, donde
solamente crecen árboles no previstos.
Poesía en concreto. Quehacer insuficiente,
improductivo salvo para la producción de desasosiego. Donación sin otra cosa
que correspondencias, sin plazos. Martín Gijón da cuenta de eso: hay cuenta, en
fin, pero no hay forma de saber el precio. Hace falta el valor, aunque no hay
otra cosa. No hay desencanto que valga.
dedicálogo
que des
amparo
a la
sombra de ti
que des
precio
(de/a)
lo que tienes
que des
pecho
(de/a)
lo adverso
que des
gracias
a quien
te hizo sufrir
que des
cartas
a quien
sepa ju(z)gar
que des
dicha
a quien
guardó silencio
que des nudos
para seguir
atados
que des
en tu mecer
el
cuerpo sobre un abismo
que des
en más cara
vida
que esta
que des
en canto
de lo
perdido
decá[e]logo
que des gana
de lo
prohibido
que des
crédito
(de/a)l
inocente
[r]rado
de sus
errores
que des
ánimo
(de/para)
seguir en pie
dra
convertido
en vano
que des
alma do
quiera
el
cuerpo
que des
a catar
tu piel
en fe (b/c)recida
que des
prendas
de ti
lo adherido[s]
¿para
qué juego?
que des
trozos
de lo
que eras:
carnaz[c]a
lo que será
que des
en freno
de lo[s]
sentido[s]
pues
que es criba
la
memoria
que des
cifras
[de/a]
lo impensable
que cae
y corta
que des
en canto
[de] lo
que no fue
dich(o/a)
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